
Hoy quiero contarte algo que suele pasar totalmente desapercibido, pero que marca una gran diferencia en nuestra salud —y especialmente en la de nuestra piel—. Se trata de dos simples letras: pH, que, curiosamente, si las lees al revés son la abreviatura de un taco… Pero tranquilos, no estamos aquí para enfadarnos, sino para mejorar la salud de la piel.
Estas dos siglas —pH— significan potencial de hidrógeno y se usan para medir el grado de acidez o alcalinidad de una sustancia. Se calcula en una escala de 0 a 14, donde 7 es neutro, los valores por debajo de 7 indican acidez y los valores por encima de 7 indican alcalinidad.
Somos alcalinos por dentro y ácidos por fuera
Lo sorprendente es que el pH dentro del cuerpo es distinto al de fuera: somos alcalinos por dentro y ácidos por fuera. Por dentro, nuestro cuerpo trabaja para que la sangre se mantenga en un pH ligeramente alcalino, siempre dentro de un margen muy preciso: entre 7,35 y 7,45.
Si ese rango se altera, peligra el correcto funcionamiento de procesos vitales. Para evitarlo, el organismo recoge y expulsa hacia el exterior las sustancias ácidas resultantes del metabolismo, desechos y toxinas.
Y aquí viene lo curioso: lo que sería altamente dañino dentro del cuerpo, fuera se convierte en una herramienta de protección. Esa acidez externa actúa como un escudo fundamental para preservar el equilibrio y la salud de la piel. Increíble, ¿verdad?
El pH de la piel se sitúa alrededor de 5,5, y mantenerlo es imprescindible para que esté sana. En ese entorno ácido, los microorganismos dañinos tienen muy difícil sobrevivir: la piel funciona como un escudo natural que los frena y neutraliza.
Sin embargo, cuando la piel se debilita y su pH se alcaliniza, pierde esta defensa. Entonces deja de ser una barrera protectora y se convierte en un medio perfecto para que bacterias, hongos y otros agentes patógenos crezcan con facilidad.
Por eso es tan importante tenerlo presente: nuestra piel no es neutra, ni debería serlo. Y los productos que aplicamos sobre ella —si no respetan y mantienen su pH ácido natural— pueden convertirse sin darnos cuenta en los primeros enemigos de su salud.
¿Y qué tiene que ver el manto epicutáneo con el pH ácido de la piel?
Para entenderlo, primero definamos qué es el manto epicutáneo. También conocido como film hidrolipídico, es como una crema natural producida por nuestro propio cuerpo. Se forma con el sudor y el sebo secretados por las glándulas sudoríparas y sebáceas, y recubre la superficie de la piel.
El manto epicutáneo es la primera línea de defensa frente a agresiones externas y ayuda a mantener la piel en equilibrio. Podríamos compararlo con el tejado de una casa: protege del frío, del calor, de la lluvia… y mantiene el interior en perfectas condiciones.
Pero para que cumpla esta función, hay un requisito imprescindible: la piel debe conservar su pH ácido, alrededor de 5,5. Si ese nivel de acidez se altera, el manto epicutáneo pierde fuerza y su capacidad protectora disminuye.
¿Cuáles son las consecuencias de un manto epicutáneo alterado?
El problema es que, en lugar de cuidarlo, muchos productos cosméticos de limpieza y desmaquillado lo dañan gravemente. Arrasan con él como si fueran un detergente industrial sobre una superficie delicada, dejando la piel expuesta y rompiendo su equilibrio natural. Y las consecuencias no tardan en aparecer: una piel desprotegida, una microbiota en desequilibrio y un auténtico caos glandular.
Cuando el film hidrolipídico se altera, las glándulas sudoríparas y sebáceas se desregulan: pueden trabajar en exceso o por defecto, perdiendo su función orgánica. Su composición se modifica, su pH se desequilibra y la piel lo refleja de forma evidente: exceso de grasa, falta de grasa, deshidratación o incluso una mezcla de todos esos síntomas.En pocas palabras, la piel deja de comportarse como una piel sana. Y comienzan los innumerables problemas cutáneos.
6 tips para proteger el manto epicutáneo
Sabiendo lo importante que es este "tejado natural" para la salud de la piel, la pregunta lógica es: ¿cómo lo cuidamos y evitamos dañarlo? La buena noticia es que no se trata de hacer más, sino de hacer mejor. Todo empieza por respetar el pH y la estructura natural de la piel.
- 1.Elige productos de limpieza suaves y respetuosos con el pH: No todos los limpiadores son iguales. Los que contienen sulfatos, alcoholes agresivos o un pH alcalino pueden eliminar la grasa y el sudor protectores del manto epicutáneo. Busca limpiadores con pH cercano a 5,5, libres de detergentes fuertes.
- 2.Evita la sensación de "piel que chirría" después de limpiar: Esa sensación de limpieza extrema no es una victoria: es una señal de alarma. Si la piel queda tirante, áspera o reseca tras la higiene, significa que se ha retirado demasiado.
- 3.Respeta la función del sebo: El sebo no es tu enemigo. En la proporción adecuada es un componente esencial del manto hidrolipídico y un protector biológico de la piel.
- 4.Hidrata de forma inteligente: La piel necesita agua y también lípidos. Optar por hidratantes que refuercen la barrera cutánea —con ceramidas, ácidos grasos esenciales, colesterol, escualano, etc.— ayuda al manto epicutáneo a mantenerse íntegro.
- 5.Reduce prácticas abrasivas: Exfoliaciones excesivas, cepillos faciales duros, fricciones repetidas o mascarillas purificantes agresivas erosionan la capa protectora.
- 6.Prioriza la constancia sobre la intensidad: Cuidados equilibrados y regulares mantienen la piel mucho más sana que tratamientos agresivos puntuales.
La piel no es solo una envoltura estética: es un órgano vivo, inteligente y profundamente conectado con todo lo que ocurre en nuestro interior. Y siempre está intentando protegerte. Lo ha hecho desde que naciste. Cuando tú comienzas a protegerla a ella, sucede algo extraordinario: no solo mejora su aspecto, también se fortalece tu relación con tu cuerpo, tu autoestima y tu bienestar.
Cuidar la piel no es complicarla, sino respetar su naturaleza. Si mantenemos su pH y protegemos su manto epicutáneo, la piel responde con equilibrio, salud y belleza. La clave no está en hacer más, sino en hacer lo correcto: escucharla, no agredirla y acompañar sus necesidades. Porque una piel cuidada no solo se ve bien: se siente bien.









