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Últimamente no paro de ver posts y vídeos sobre la microbiota cutánea en todas partes... Y no es de extrañar, ya que su equilibrio es fundamental para que pueda desempeñar correctamente sus funciones. Resulta que nuestra piel está literalmente colonizada por millones de microorganismos saprofitos, es decir, no patógenos (perjudiciales) y son nuestros mejores aliados.

Una de las funciones más importantes de la piel es protegernos de la penetración de microorganismos. Estos microbios beneficiosos compiten con los patógenos que intentan invadirla, ayudando a regular la respuesta inmune y manteniendo la integridad de la barrera protectora.

¿Sabías que en tan solo 1 cm² de piel puede haber hasta un millón de bacterias? Sí, sí, en ese mini trozo se acumulan bichitos microscópicos en la superficie, en los poros, en los folículos... ¡y hasta en las glándulas! En su mayoría son buenas y están ahí para ayudarnos a mantener la piel sana, equilibrada y protegida.

Y ya que hablamos de números: ¿hay más bacterias que células humanas en el cuerpo? Pues... sí, aunque la diferencia no es tan escandalosa como se creía antes. Durante años se decía que había 10 bacterias por cada célula humana, pero ahora sabemos que están prácticamente a la par: unas 30 a 39 billones de bacterias frente a unos 30 billones de células humanas. O sea, estamos al 50/50. ¡Somos mitad humanos, mitad microbios!

Vamos, que todos podríamos llevar “alias Bacterio” en el apellido y sentirnos parientes lejanos del mítico profesor Bacterio de Mortadelo y Filemón. Y no es broma: convivimos con un auténtico ejército invisible de microbios que trabaja codo a codo con nosotros cada día. Empezando por la piel, esa gran aliada que, gracias a su microbiota cutánea, se mantiene fuerte, equilibrada y lista para defendernos.

¿Pero qué es la microbiota?

 La microbiota cutánea hace referencia al conjunto de microorganismos presentes en un entorno específico: intestino, boca, vagina, piel, etc. E incluye virus, protozoos y arqueobacterias. Pero la piel tiene una amplia superficie con crestas, pliegues y orificios, que varían en sus características físico-químicas.

Es decir, es como si fuera un zoo y según las características de la zona alberga un determinado tipo de ¨animal¨.

Así pues, en microambientes húmedos, como la axila, pliegue antecubital, ombligo, vestíbulo nasal, pliegue inguinal, interglúteo y poplíteo, pies y membrana interdigital, predominan el Corynebacterium, Staphylococcus y Proteobacterias.

En zonas secas, como antebrazo y mano, la flora bacteriana es más diversa y se compone principalmente por corinebacterias, proteobacterias y bacteroidetes (flavobacterias).

Y en ambientes sebáceos o seborreicos, como la cabeza y la espalda, nos encontramos con bacterias lipofílicas como Cutibacterium y Staphylococcus.

Este equilibrio se puede alterar con facilidad tanto por factores internos, relacionados con procesos biológicos, como por factores externos (exposoma): hábitos de higiene y mantenimiento, el tabaco, la contaminación, la alimentación, la exposición solar, el estrés, etc.

Por ello, es fundamental cuidar nuestra piel de manera integral, prestando atención tanto a los factores internos como externos que puedan influir en su salud y en su microbiota.

¿Cuál es la relación entre la microbiota cutánea y el eje cerebro-intestino-piel?

Este es uno de mis temas favoritos y, sin duda alguna, uno de los campos más estudiados en las últimas décadas. Me parece apasionante la relación existente entre el sistema nervioso, el intestino y la piel.

Hay una comunicación bidireccional entre el sistema nervioso central (SNC), el tracto gastrointestinal —especialmente el intestino— y la piel. Esta relación se conoce como el eje cerebro-intestino-piel. Cualquier alteración en uno de estos sistemas puede desencadenar o agravar patologías en los otros.

Imagina a Laura, una mujer que lleva semanas sometida a un alto nivel de estrés en el trabajo. Padece insomnio, come rápido y mal, y su mente no para ni un segundo. Todo esto activa de forma constante su sistema nervioso, en particular el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal, que es como un botón de emergencia del cuerpo.

Este botón hace que su cuerpo libere cortisol, la famosa “hormona del estrés”. Si bien el cortisol es útil a corto plazo, cuando se libera en exceso durante mucho tiempo puede tener efectos negativos. Uno de ellos es alterar la microbiota intestinal, es decir, el equilibrio de bacterias buenas en el intestino.

Esto hace que su sistema digestivo no funcione tan bien y que aumente la inflamación en todo su cuerpo. Un día, Laura se mira al espejo y se encuentra con la cara inflamada, cubierta de ronchas rojas y pequeños granitos. “¿Qué me ha pasado?” —se pregunta, desconcertada.

Lo que sucede es que su piel se ha convertido en el altavoz de su cuerpo. Es la forma en que su organismo le está gritando —literalmente en la cara— que necesita parar. Es como si su cuerpo le dijera: “¡Basta!”

 El estrés constante activó su sistema nervioso, lo que a su vez alteró el equilibrio de su microbiota intestinal. ¿El resultado? Todo ese desequilibrio interno terminó manifestándose en su piel.

Porque sí: cuando algo va mal por dentro, la piel muchas veces es la primera en dar la señal.

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La piel como espejo del bienestar integral

El caso de Laura refleja cómo el cuerpo humano funciona como un sistema interconectado, donde el estrés no solo afecta la mente, sino que también puede manifestarse en el sistema digestivo y, finalmente, en la piel.

Esta interrelación se explica a través del eje intestino-cerebro-piel, una red de comunicación que involucra vías neuroendocrinas, inmunológicas y microbianas.

Por ello, cada vez más profesionales de la salud promueven enfoques integrales que tienen en cuenta el estado psicológico, digestivo y dermatológico del paciente de manera conjunta. La meditación, la nutrición adecuada y masajes para reducir el estrés como el Kobido, la reflexología podal y el drenaje linfático no solo mejoran el bienestar mental, sino que también pueden tener efectos positivos en la salud digestiva y cutánea.

 La piel es una especie de guardián de nuestra salud. No es solo un órgano externo: es el espejo de lo que pasa por dentro.

Escuchar las señales que nos envía y adoptar un enfoque holístico de la salud puede ser fundamental para prevenir y tratar diversas afecciones cutáneas y sistémicas.